— 176 —=
Mientras tanto Milady y el pretendido buhonero
entraban en la choza,
—¿Qué hay, Franz?—preguntó la primera con
súbita emoción en la voz,
—Muy buenas noticias, señora, —respondió aquel
á quien llamaban con un nombre alemán,
—Mi hijo...
—Apuesto; y galán como nunca,
—¿Es feliz ?
—Está enamorado como un loco
En el rostro de Milady se reveló de pronto al-
guna inquietud,
—Se va á casar, —añadió Franz,
—¡Dios mío!
—Y será feliz porque la joven á la que ama es en-
cantadora y pobre, y se lo deberá todo...
El rostro ensombrecido de Milady se desarrugó
poco á poco al oir estas palabras; el fulgor de sus
ojos se apagó suavizándose, perdió aquel aire hu-
raño que le era peculiar y cogiendo la mano del
pretendido buhonero, que estaba en pie delante
de ella, le dijo con voz conmovida:
—¿Sabes, Franz, que tiene veinticuatro años y,
que no le he visto apenas desde que tenía cinco?
—Nunca me atreví, señora, á haceros una ob-
servación; ejecuté servilmente vuestras órdenes sin
discutirlas, —dijo Franz;—más como una máquina
que como un hombre, Cuando mandáis jamás me
atreví á levantar los ojos para. miraros
—¿Y bien?
—No me atrevo á hablar...
—Habla; lo mando.
—¿No os parece, señora, que el amor maternal
redime muchos crímenes ?
—¡ Calla!
Pero Franz continuó con repentina vehemencia:
—Os empeñasteis, señora, en que hablase y ha-
blaré,
Su interlocutora, sin fuerzas y quebrantada por
la emoción, se sentó sobre un haz de hojarasca de
los que había en la choza. ;
—Hace veinte años, —empezó á decir aquel hon-