e 188
—Es indudable, —dijo,—que nunca Os habríais
figurado, Milady, 6 mejor dicho, miss Elena, pues
este es vuestro verdadero nombre, que el antiguo
ayuda de cámara del comodoro Perkins, el hom-
bre que reprochaba á su amo el haberle deshon-
rado engañando á su esposa, el rencoroso y venga-
tivo Roberto, que, ebrio de furor, se asoció un día
á la hija parricida, y á Franz el homicida, para
asesinar al desventurado comodoro, pudiese des-
empeñar veinte años después el papel de aspec-
tro, imitando los rasgos de su rostro y hablando
en su nombre. ¿No es verdad que jamás lo ha-
bríais sospechado ?
Seguía riendo Roberto, y miss Elena, en adelan-
te la llamaremos así, no Alá dominar un ligero
estremecimiento.
—Pero ¿quién fué el que te pagó, miserable ?
—¡Nadie!
Y Roberto fijó una mirada ardiente en ella.
—¿ Qué me digísteis hará veinticuatro años, —pro-
sigut -cuando aun no teníais apenas dieciseis,
y erais una joven ya mancillada y criminal, pa-
ra que me hiciese cómplice de vuestro nuevo cri-
men y convertirme en uno de los dos instrumentos
de muerte que debían herir á vuestro padre? ¡Res-
ponded, miss Elena!
y Y qué? ¿Qué mé 4s?—replicó ésta con cólera.
— Tenía yo e ntonces una esposa joven y hermosa,
á la que amaba con delirio, y un día me cogísteis
de la mano y obligándome á asomarme á una ven-
tana, me hicísteis mirar al jardín del castillo de
Glascow, diciéndome:
«—¡ Mira !»
Y, en efecto; ví á mi esposa al lado del anciano
comodoro. Estaban juntos y sentados en un banco
bajo una glorieta de ramas... El comodoro tenía
entre las suyas las manos de mi esposa... Desde
aquel momento os pertenecí... Llegué á ser vues-
tro hombre de confianza.
—¿Y qué más?—preguntó miss Elena.
—Me separé de mi esposa á la que amaba de-