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del señor,—continuó Luciano, y señaló á Pablo de
Vergis. — Es mi amigo íntimo y no tengo secretos
para él.
—Pero ¿qué es lo que queréis que yo 08 diga?
—¿ Cuánto tiempo hace que estáis en la casa de
banca de los señores Humphry Davis y C.a?
—Hace más de cuarenta años, señor.
—¡Ah!—murmuró Luciano respirando á sus an-
chas. —Siendo así, debéis estar enterado de todo.
—¿Pero de qué?
—¡Y me lo diréis todo! —añadió Luciano exal-
tándose poco á poco. A
—Os aseguro, señor de Haas, que no comprendo
mi una palabra de lo que me queréis decir, —re-
plicó el cajero.
—Escuchadme y me comprenderéis. Todos los
trimestres tenéis á mi disposición una cantidad de
mucha importancia.
—AsÍ €s.
—¡ De dónde procede ese dinero 2
—Lo entregan periódicamente á nuestra sucursal
de Londres.
—i¡ Quién ?
—Eso es lo que no sé.
—Pero en Londres deben saberlo.
—Lo dudo mucho,—dijo el cajero.
—Con seguridad que vuestros principales no lo
ignoran.
—Lo único que puedo deciros, señor de Haas,
es una cosa, cuyo recuerdo acude á mi memoria
en este momento, —respondió el cajero.
—Hablad, —dijo Luciano con ansia.
—Hace veinte años estaba yo empleado en la
casa de Londres.
Un hombre, al que estoy más que seguro de que
le reconocería en cualquier parte que le encontrase,
se presentó y nos entregó una cantidad de muchí-
sima consideración, de la que hizo dos partes.
Una de éstas estaba destinada á un niño llamado
Luciano) y que se hallaba en un colegio de Francia.
La otra debía recibirla en el mismo Londres un