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hombre que llevaba un nombre indio, un tal Alí-
Remjeh.
Efectivamente éste se presentó al día siguiente.
Al año siguiente, el mismo personaje hizo entre-
ga de una cantidad igual á la anterior.
El indio se presentó también al día siguiente.
—¿Y el año que siguió á esos ?—preguntó Lucia-
no, cuya voz temblaba por ser muy violenta la
emoción que le dominaba.
—Al año siguiente no me Hallaba yo en Londres,
ap mis principales me habían hecho venir á
»arís, para desempeñar el cargo que tengo en la
actualidad en la casa.
—¿Y es eso todo lo que sabéis?
—Todo absolutamente; os lo juro.
Quedóse durante un momento Luciano pensa-
tivo y triste,
—Decidme, —dijo al cabo,—si algún día viéseis
al hombre que sospecho es el que se presentaba
á depositar los fondos que he estaban destinados
y le reconocíais, ¿vacilaríais y no me diríais ese
es?
—No hice ningún juramento que me obligase
hasta ese punto, señor de Haas,—contestó el ca:
jero,
—De modo que puedo contar con vos.
—Sin ningún género de duda.
—¡Ah! —-murmuró Luciano.—Si es el mayor Hof,
no tendrá más recurso que decirme en dónde
está mi madre.
Se marchó el cajero.
Antes de hacerlo dejó á Luciano las señas de su
domicilio particular.
Los dos amigos estuvieron hablando aún durante
algunos minutos y se separaron para encontrarse
más tarde en el club de los Espárragos.
. ' . . o . adi: NO , . 4
La cita fué para las diez y media, pero Luciano
no se presentó en el club hasta las doce.
La causa del retardo era, por otra parte, muy
natural.
Había comido y pasado la velada en compañía