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—-Pero. dime, señor, ¿no te expones al más terri-
ble de los peligros?
—Tal vez.
—¿ Tanto es el interés que te inspira esa gitana
que tienes empeño en salvarla?
—Es preciso entablar la lucha, —respondió Ro-
cambole.
Y pasó un momento en silencioso recogimiento,
durante el cual le contempló Vanda con ingenua
admiración.
-¿Te figuras. — preguntó Rocambole, —que cuan-
do consentí en vivir, yo que no deseaba más que
morir para conseguir el eterno reposo, fué para
llevar la tranquila vida del tendero retirado de los
negocios? :
—Es muy justo, —asintió Vanda suspirando.
Inclinó Rocambole la cabeza y de sus ojos se
desprendió una lágrima que cayó ardiente sobre
la mano de Vanda.
Estremecióse ésta y preguntó con voz conmovida:
¿Sufres mucho?
Al oir estas palabras irguióse Rocambole; su mi-
rada centelleó y echando hacia atrás la cabeza
con un movimiento altivo, exclamó:
-¡El dolor purifica!
No le respondió Vanda, pero en voz baja mur-
muró, como hablando á solas:
—¡Ah! ¿Por qué encontró á Magdalena? Ese
amor sin esperanza es la expiación,
MUI
'AKquella noche, £ eso de tas ocho, había más con-
currencia que de costumbre en la taberna del Rey
Jorge.
A los concurrentes de diario se habían agre-
gado los de los días de fiesta.
íntre estos figuraban algún cervecero, tahonero,
curtidor ó zapatero, que trabajan toda la semana
y, que, aquel día, habían abandonado una hora
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