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Era una de esas noches inglesas tan nebulosas en
que no parece sino que el cielo baja á la tierra con
intención de ahogarla.
Más allá, en un valle, no muy lejos de la ciudad
resplandeciente de luces, más allá de la llanura
triste y silenciosa, v Íis2 bri lar un resp'audor rojizo
á través de la niebla, y lo mismo que un faro per-
dido en el lejano mar, y á través de la campiña
triste, desol: a y desierta, llena de tinieblas y de
horror, sobre un suelo reblandecido por la lluvia
y cubierto de un barro escurridizo, caminaban dos
personas cogidas del brazo.
Seguían su camino dando la espalda á la gran
ciudad y fija la vista en el resplandor rojizo.
De vez en cuando se detenían para tomar aliento
y escuchar con atención.
Hasta ellos y arrastrados por el viento llegaban
los acordes de un canto monótono acompañado por
las panderetas y las sonajas de éstas.
Aquellos rumores parecían salir del círculo lu-
iminoso, al que se dirigían.
A unos treinta pasos de ellos iba un tercer perso-
haje como un guíé para enseñarles el camino.
Los dos viajeros eran un hombre y una mujer.
Esta se detenía con mucha frecuencia temblando
y diciendo:
—Me parece que nos siguen. ¡Oh! ¡Qué miedo
tengo!
—¿No estoy, Gipsy, 4 vuestro lado? respondió
Rocambole, porque eran él y ella que iban á casarse
según el rito y la costumbre de los gitanos.
—SÍ, tenéis razón, —respondió Gipsy, —tengo fe en
vos y, sin embargo, me dominan funestos presenti-
mientos que no me es jaron en paz todo el día.
—-No temáis nada, Gipsy, porque velo por vos,
El hombre que les servía de guía era un git: 10.
Este se había present: ido á Gip sy en su casa de
Withe“Chapel, diciéndola:
—La tribu ha cambi: ME de campamento y ya no
está en las cercanías de San Pablo.
Esta circuntancia trastornó algún tanto los pl: y
nes de Rocambole,