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Gipsy no se fijó, decimos, en la pretendida irlan-
desa, y cuando hubo dado mil vueltas, llegó 4 la
del barrio en que vivía sir Arturo Newil pajo el
nombre de mister Guillermo,
Como se sabe, el barrio era de los más tranquilos,
y por más que estaba magníficamente alumbrado
durante toda la noche, como lo poblaban burgue-
ses y gentes pacíficas que se acostaban á eso de
las doce, en él no se veían mendigos ni mariposas
de noche.
La irlandesa no iba casi nunca hasta allí á sacu-
dir sus piojos en aquellas calles bien cuidadas,
No obstante, la irlandesa que iba delante de
Gipsy, se detuvo de pronto como para leer en su
lápida el nombre de la calle en que iba á entrar.
Esta detención fué lo suficiente para que Gipsy,
la alcanzase y entonces la irlandesa dió un paso
hacia delante y tendiendo la mano
Por la Irlanda y por el amor de Dios, mi que-
rido señor.
Metióse Gipsy las manos en los bolsillos para
buscar unos cuantos peniques.
Por muy pobre que fuese no negó jamás la baila-
rina de las calles una limosna.
Era una mujer de una estatura gigantesca, de
rostro de rasgos acentuados y expresión feroz.
Tuvo miedo Gipsy...
Y ese miedo se justificó en el acto, porque mien-
tras tenía las manos metidas en los bolsillos, hizo
la irlandesa de pronto un rápido movimiento y la
arrojó el delantal sobre la cabeza como un ca-
puchón, apretándola al mismo tiempo la garganta,
mas con tanta fuérza que hasta la impidió gritar.
A la vez que esto hacía, llevóse la pretendida
irlandesa los dedos á los labios y dió un silbido.
Al oirse éste abrióse una puerta y dos hombres
se arrojaron sobre Gipsy, que en vano luchó, mien-
tras que uno de ellos decía en voz baja:
—¡Al fin la tenemos en nuestro poder.