pa 8
tu más tierna infancia, lo que había hecho que
fuese su madre la que le educó.
Sir Jorge y el capitán de cipayos cambiaron una
rápida mirada, y el primero comprendió que el
segundo tenía que decirle alguna cosa muy impor-
tante y le preguntó:
—¿Queréis jugar una partida, sir Jacobo?
—No hay ningún inconveniente, —respondió el
baronset,
Un criado les preparó una mesa de juego, y Se
instalaron en un salón vecino que estaba completa-
mente desierto, porque la importante partida de
whist atraía á todos los concurrentes, apostasen
5 110.
Sir Jorge se puso á barajar y el criado se alejó y,
entonces dirigió la palabra á sir Jacobo Nively,
empleando para ello uno de los dialectos indostá-
nicos,
Y sir Jacobo le respondió:
—Hay novedades, Luz de Oriente,
—¡Ah!—exclamó sir Jorge.
—Sí, Luz de Oriente;—añadió sir Jacobo dando
pruebas del profundo respeto que le inspiraba su
interlocutor—tienes traidores en tu casa.
—¿ Quieres hablar de Gurhi?—preguntó sir Stowe
con mucha viveza.
—No, me refiero á Jan, tu ayuda de cámara.
—¿ Qué es lo que hizo ?—preguntó sir Slowe cuyo
rostro se coloreó ligeramente,
—Te hizo traición.
*—¿ Cómo ?
—Escúchame... y sir Nively se aseguró con una
rápida ojeada de que nadie podía escucharlos y
luego preguntó:
—¿ Amas á miss Cecilia?
—No, pero quiero casarme con ella,
—Esto es lo que yo quería decir. Miss Cecilia tie-
ne millones, y para la causa que defendemos nece-
sitamos mucho dinero, ¿no es así?
—¿ Y qué más hay ?—preguntó sir Jorge después
de hacer un signo afirmativo con la cabeza.
—La mayor parte de los que cuentan con un buen