on cara
o
Las llamas iban subiendo, y el borde de la túnica
de la desgraciada joven empezaba á arder,
Más allá del círculo formado por las matronas
que bailaban alrededor de la encendida hoguera,
el pueblo formaba compactos grupos y presenciaba
el espectáculo con ávida curiosidad.
Esta vez volvió la cabeza y bajó Gipsy tamba-
Icándose del pedestal.
Era su propia historia la que acababa de ver,
Obedeciendo á un supremo instinto de conserva-
ción, trataba de alejarse del monstruo y huir, cuan-
do oyó un ruido á su espalda,
Ese ruido era el de una puerta que se abrió en
el fondo de la pagoda.
Volvióse Gipsy. y al hacerlo dió un grito pene-
trante,
Dos hombres, de rostro atezado y extraños trajes,
daban empelloneg á un tercero, obligándole á pasar
delante de ellos,
Este último parecía oponer alguna resistencia
Y no querer penetrar en la pagoda,
(la presencia de esta tercer personaje fué lo
que arrancó el grito á Gipsy, pues le reconoció
en el acto,
¡Era sir Arturo Newil!
XVII
Fué efectivamente el baronet sir Arturo Newil
al que vió entrar en la pagoda,
Para comprender lo que iba á pasar es preciso!
que retrocedamos una hora, es decir, al momento
en que habiendo oído el baronet que daba la llave
una vuelta en la cerradura y creyendo que era
ipsy la que llegaba, salió al corredor á recibirla,
Se recordará que en aquel momento dos ner-
viosas manos le cogieron por el cuello derribándole
al suelo, en donde le ataron “y amordazaron.
La lucha fué tan corta que la señora Barclay,
la vieja ama de gobierno, no oyó nada,
Estranguladores—6