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Uno de ellos vestía á la europea, y el otro lleva-
ba el calzón blanco y la blusa de seda azul de los
cipayos.
Su tez era de un tinte cobrizo tan obscuro que
parecía negro, y sus dientes de una blancura des-
lumbradora, Ñ
Llevaba desnudos los brazos, pies y piernas, y
cubría la cabeza con un amplio y blanco turbante
arrollado á la moda india.
Era de una estatura colosal y sus anchos hom-
bros atestiguaban que estaba dotado de un vigor
poco común,
El otro, por el contrario, vestía, ya lo hemos di-
cho, á la europea y gastaba frac azul con botón de
oro, chaleco blanco y pantalón gris. Ocultaba su
rostro un ancho antifaz de terciopelo negro que no
permitía ver ni uno solo de los rasgos de aquél,
Al entrar, el que vestía á la europea, hizo una
señal al indio.
Este quitó con mucha ligereza la mordaza á sir
'Arturo, pero no le desató ni los brazos ni las pier-
nas,
Obedeciendo á otra seña se marchó el indio, sa-
ludando antes á la oriental, y dando pruebas de
gran respeto al hombre cuyas órdenes obedeciera,
El del antifaz señaló un asiento á su prisionero
diciéndole:
—Hacedme el favor de sentaros, sir Arturo.
Al oirse este último llamar por su nombre se
acordó de aquellos de sus compañeros de club que
habían registrado medio Londres, con el solo Ob-
jeto de enterarse cuál era Su nueva misteriosa
existencia,
Una vez más se creyó víctima de una mistifica-
ción ideada por aquellos señores, y dijo al enmas-
carado:
_ —¿No OS parece, señor mío, que esta mascarada
de mal gusto se prolonga más de lo debido?
—Caballero, ni aquellos 4 quienes obedezco ni yo
mismo hemos pensado nunca en bromear, —res-
pondió el del antifaz,
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