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AR 85.
Su acento frío y claro, hizo que de luego re-
nunciase sir Arturo á la primera hipótesis.
¿Me diréis al cabo,—preguntó,—con qué dere-
cho penetrásteis en mi casa, me trajísteis aquí y,
qué pensáis hacer de mí?
-Sí,—respondió el enmascarado gentlemán ha-
ciendo un signo con la cabeza.
Entonces os escuc ho,—dijo sir Arturo, y miró
fijamente á su interlocutor.
-¿No os llamáis sir Arturo Newil?—preguntó
éste.
—SÍ, :
—¿ Sois primo de miss Cecilia?
Sí; ¿qué más?
—La casa en que estábais cuan 1do se apoderaron
de vos ¿no la teníais alquilada á nombre de mister
Guillermo ?
—Así es.
—i Y lo hicísteis nada más que para recibir á una
mujer?
Creo que eso no le importa á nadie, —respondió
Secamente sir Arturo,
He ahí precisamente en lo que consiste vuestra
equivocación, —replicó el gentiemán de la careta,
—¿ Cómo ?
—¿No os dijo, por ventura, esa mujer que todas
las noches iba á vuestra casa, y que al hacerlo y,
al amaros, corría los más grandes peligros?
Así es, en efecto, —contestó sir Arturo que re-
cordó entonces todos los locos terrores de Gipsy,
á la que no conocía más que por el nombre de Ana,
—¿Sabéis quién era esa mujer?
No.
—¿La amáis?
—Con toda mi alma.
—¿ Hasta sacrificar por ella vuestra vida?
¡Oh! —exclamó sir Arturo, y su vida entera
pasó en esa palabra,
Entonces no temeréis la muerte,
Estremecióse sir Arturo.
—Porque esa mujer, siguió diciendo fríamente
Su interlocutor,—al ir á vuestra casa no sólo arries-