eos 130
En la parte alta únicamente, y como a unos
diez pies del suelo, se veía una saetera o respi-
radero destinado a dar paso a un poco de aire.
¡Ah! ¿Y qué es esto? —preguntó asombra-
do Rocambole.
El escondite de que hablé a Noel.
Sí; pero, ¿quién fué el que lo hizo y para
qué servía ?
Todo eso es una historia—respondió el fru-
tero. ;
Cuando tomé la casa en arrendamiento, mandé
a buscar a un arquitecto para que reconociese
las cuevas, en las que había medio pie de arena.
Empezamos por apartar ésta a un lado, para
buscar el suelo, y entonces nos encontramos esa
losa que veis ahí.
La levantamos, y el arquitecto tuvo la humo-
rada de hacer que le atasen por la cintura y le
bajasen.
Cuando subió, me dijo:
Este escondite han debido hacerlo durante la
primera revolución, para que sirviese de refugio
a los curas o a los emigrados.
Y prueba de ello es:ese respiradero por el que
entra un aire húmedo y frío, que debe proceder
de las alcantarillas vecinas.
Ya lo comprendo—dijo Rocambole, haciendo
un signo afirmativo.
Ahí 23 donde podemos colocar a ése-——con-
testó el frutero, señalando al angloindio, al que
Milón dejara en el suelo lo mismo que un fardo
de mercancías.-—Si queréis desembarazaros para
siempre, nada más fácil. Tapamos el respiradero
con un poco de yeso, y asunto concluído; se
morirá por falta de aire.
No—respondió Rocambole,—no quiero ma-
tarle.