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vida, que no puedo pasar sin ti. Además de esto,
me eras fiel como el perro a su amo, y al fin y
al cabo tomaste cariño a mi hijo. Soy una pa-
rricida, y la sangre de mi padre mancha mis
manos, y esas manos tú las cubres de besos.
¡Es verdad! —dijo entusiasmado Frantz.
No tengas celos, porque no amo a Ali Rem-
ieh—repuso miss Elena.
Puede, sin embargo, que él os ame aún.
¡Oh! ¡Qué me importa!
Y bien sabéis que si a ese hombre se le metió
en la cabeza que seríais su esposa...
Lo seré; ¿no es eso?
Sí.
En los labios de miss Elena, apareció una
sonrisa de demonio.
Escúchame, pobre Frantz mío—dijo.
¡Hablad! Escucho.
Es indudable que a estas horas es aún Ali
Remjeh, el jefe de los Estranguladores.
Sí, así es.
Con ese cargo dispone de un ejército tene-
broso que, dominado por el fanatismo, obedece
ciegamente sus Órdenes.
Sean esas órdenes las que quiera que sean
indicó Frantz con acento de emoción.
Pero quiere abandonar el poder.
Al menos, así lo dice.
Si no lo abandona, permanecerá en la India
y no tendremos nada que temer.
Es verdad.
Si lo abandona, es para venir a Europa en
busca de su mujer y de su hijo.
SÍ.
Entonces, Ali Remjeh se convierte en un
hombre como todos los demás, me parece. E
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