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delante de ellos una legión de ratas, que desapa-
reció en las numerosas grietas de las paredes.
—La señorita tendrá sociedad que la haga
compañía—dijo Timolcón en mofa.
¡Ah! ¿Sabéis, papá, que sois un gran hom-
bre ?—exclamó la Chata.—Ahora ya adivino to-
do: queréis que las ratas se coman viva a la
querida de Rocambole.
¡Bah! Esa es una idea que vale tanto como
otra cualquiera—murmuró Timoleón con cruel
sonrisa.
Vanda no pudo por menos de estremecerse.
Timoleón hizo un signo al Pastelero, y éste,
que se encontraba detrás de Vanda, la echó la
zancadilla.
Cayó Vanda de espaldas, y Timoleón dijo:
Hacedme el favor de volver a atar a la
señorita. |
El Pasteléro y la Chata se arrojaron sobre
Vanda, impidiéndola que se levantase.
Fué cuestión de un momento. En un abrir y
cerrar de ojos, quedaron fuertemente atadas las
piernas de Vanda, quedando tendida de espaldas
y en la imposibilidad de levantarse.
Timoleón la quitó la mordaza, y la dijo:
Es preciso que esta querida niña pueda gri-
tar a su antojo.
Vanda le miró con una expresión de indecible
desprecio.
Puedes marcharte, que no tengo miedo—dijo.
Si tienes hambre, puedes comer ratas, antes
de que ellas te coman a tí—dijo la Chata.
¡Sois unos miserables ! —respondió Vanda.
Y yo tengo fe en Rocambole. Me buscárá y al
cabo me encontrará; ¡desgraciados de vosotros
entonces |
Mientras tanto, buenas noches, niña,