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Pues ahí abajo, en el arroyo, se ven per-
fectamente sus huellas.
Está bien.
Y en la tienda, vi dos huellas de pasos; una
de un paso pesado, el de un hombre que lleva
una carga a cuestas, el paso de Milón que llevaba
al inglés, y la de una bota fina, ligera, que no
puede pertenecer más que a Rocambole.
De manera que han venido aquí...
Estoy seguro de ello.
—¿ Y el frutero es un cómplice ?
—¿Por qué no? Es un licenciado de presidio.
¡Bueno! Lo comprendo todo; mas, ¿en dón-
de han ocultado al inglés ?
No lo sé ahora, pero esta noche lo sabré,
Ahora fíjate bien en lo que voy a decirte.
Os escucho.
—Vas a irte en busca de la. Chata.
—Precisamente, me estará esperando en la
esquina del bulevar y de la calle de Saint Mar-
tín.
En cuanto a la señorita, está muy bien
atada para que pueda moverse—siguió diciendo
Timoleón, y aludiendo a Vanda,—y probable-
mente habrá tenido algún disgusto con las ratas,
pero esto no será cosa de gravedad, y además,
no puede uno preverlo todo. Ahora ld que hay,
es que no quiero que muera de hambre; al con-
trario, necesito que viva.
PELO
-—Dime, Pastelero, ¿quieres o no vengarte de
Rocambole ?-—preguntó Tiimoleón.
¡Que si quiero vengarme!
Pues bien; fíjate en esto: Si no se siguen al
pie de la letra mis órdenes, no respondo abso-
lutamente de nada. Hay más, os abandono, y
hago las paces con Rocambole.