Full text: Historia de un crimen (3)

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Timoleón acabó el arreglo de su modesto ajuar, 
habiendo reemplazado su sombrero por una gorra 
de doble visera, y en forma de pantalla, que 
contribuyó a hacerle más desconocido. 
Pasó gran parte de la mañana oculto tras las 
persianas de la ventana que indicó al Pastelero, 
confiando en que tarde o temprano vería a Ro- 
cambole o a Milón. 
Ni el uno ni el otro parecieron. 
Creyendo que se trataba de una verdadera 
agencia de colocaciones, se le presentaron tres 
o cuatro criadas desacomodadas. 
Timoleón tomó nota con mucha gravedad de 
sus nombres, diciéndolas a todas: 
Volved mañana por la mañana. 
A eso de las doce, bajó a la frutería y compró 
un pedazo de queso, dos rajitas de salchichón 
y una copa Ue vino. 
Después, se volvió a su agencia. 
—Me parece que es buen hombre—dijo el fru- 
tero a su mujer,—y hay que confesar que no 
molesta. 
“—Con tal de que pague bien-—respondió su 
mujer. 
—Dentro de tres meses. lo veremos—replicó 
el frutero, y no se volvió a ocupar más del 
nuevo inquilino. 
Al obscurecer, salió otra vez Timoleón, y en- 
contró al frutero en el portal, y el pie de la 
escalera interceptado. 
Dos mozos de un almacenista de vinos de 
Bercy, estaban descargando un bocoy para ba- 
jarlo a la cueva, no por la compuerta que viera 
Timoleón en la trastienda, sino por la escalera 
principal, que era de uso de todos los inquilinos. 
El bocoy era muy pesado.
	        
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