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Por último.se apagó la luz, y dejaron de oirse
los pasos.
El Muerte de los Valientes y el Guillotinado,
se habían acostado.
No quedaba más que un hombre de la banda
de Rocambole, del que Timolecón no tenía no-
ticias; pero Milón, que era de quien se trataba,
no había hecho más que presentarse durante
yn momento en el establecimiento de la calle
de Vert-Bois, y luego se marchó apresurada-
mente para irse a reunir con Rocambole.
A la sazón, reinaba el más profundo silencio en
la casa.
Cuando estuvo bien seguro de que no le mo-
lestaría nadie, abrió Timoleón los postiguillos
de la ventana que indicara al Pastelero, y éste
no tardó en presentarse al extremo de la calle.
El falso memorialista se descalzó entonces, y
bajó lentamente la escalera.
Durante el día, había tenido ocasión de ob-
servar que la puerta de la casa no se abría
como la de la mayor parte de las casas de Pa-
rís, por medio de un cordón o cadenita de que
se tira desde la portería, sino que desde la
parte de fuera, tenía una placa pequeña del
tamaño de una moneda de diez céntimos, y €
iniciado en aquel secreto de Polichinela, hacía
funcionar con el dedo un pestillo, y se abría
la puerta.
Hizo todo esto Timoleón, abrió la puerta, y
entró el Pastelero.
Quítáte los zapatos—le dijo Timoleón co-
giéndole de la mano, -y ten cuidado no tropieces
al subir.
A. los dos minutos, el falso agente de coloca-
ciones y su acólito, estaban encerrados en el
primer piso, y hablaban en voz baja.