Marchóse el Pastelero, ¡y Timoleón se quedó
solo al lado de sir Nively, que continuaba ale-
targado.
Mientras que Timoleón, eptregado por com-
pleto a los proyectos de venganza, a la que había
consagrado toda su vida, urdía y apretaba los
hilos de su tenebrosa trama, continuaba Vanda
encerrada en la inexplorable cantera, ape se
hallaba situada en la llanura de Montfaucon.
Ya se recordará de qué manera había entrado,
y que Timoleón la mandara atar antes de aban-
donarla.
No se habrá olvidado que al día siguiente
dió orden Timoleón al Pastelero para que la
llevase de comer.
Esta orden pareció inexplicable a la Chata y
al Pastelero. Á la primera sobre todo, porque
dijo:
-—Puesto que la hemos de quitar de en medio
¿por qué no lo hacemos en seguida? ¿Querrá
esperar el patrón a que Rocambole la ponga en
libertad ?
El Pastelero no pudo solventar las dudas de la
Chata, porque ño estaba iniciado en los pro-
yectos de Timoleón.
Cumplió, empero, la consigna que le había
dado este último, es decir, la de proteger a
Vanda contra las violencias de Magdalena la
Chata.
Conforme había contado el Pastelero al día
siguiente a Timoleón, Vanda logró, a pesar de
sus ataduras, ponerse en pie, con gran esfuerzo,
preservándose así, al menos, su rostro, cuello
y hombros, de las mordeduras de las ratas.
Pasó veinticuatfo horas que fugron horrorosas.
Una mujer que no hubiese sido Vanda, gritara
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