199
Mientras que el Pastelero la desataba las ma-
nos, la Chata destapó el cesto, y colocó al lado
de éste la linterna de que iba provista. La luz
hizo que huyesen todas las ratas.
Haciendo un nuevo llamamiento a la energía y
a la fuerza de voluntad de que estaba (dotada,
soportó Vanda las injurias de la Chata, y comió
con tanta calma como si se hubiese hallado sola
en el hotel de la Avenida de Marignan.
Los alimentos que la dieron, fueron de los
más frugales.
Se redujeron a unas salchichas ordinarias, un
pedazo de queso, pan, y medio litro de vino.
Mientras comía, el Pastelero y la Chata se en-
tretenfan en insultarla con inzuriosos dicharachos.
Comió, y ni siquiera se dignó contestarles.
Lo único que hizo fué, mientras tuvo las ma-
nos libres, esconder unas cuantas salchichas, sen-
tándose encima.
Terminado el almuerzo, volvieron el Pastelero
y la Chata a atarla las manos, y se marcharon.
Por segunda vez quedóse Vanda rodeada de
tinieblas con las manos atadas a la espalda,
y los pies fuertemente sujetos con una cuerda
arrollada a los tobillos.
Cuando estaba comiendo y aparentó hacerlo
con avidez bestial, y mientras que el Pastelero
y la Chata la insultaban ciegos de ira y dema-
siado furiosos para poderla observar, dirigió a
su alrededor una investigadora mirada.
Observó que en la pared de la cantera había
muchos huecos y grietas.
En la varte alta, distinguió un agujero muy
semejante al nido de una ave marina entre las
TOCas.
Acudió a su mente la idea de una evasión.
Los dos miserables, al marcharse, la dejaron