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De pronto, se oyó una voz que hizo estremecer
a la vieja.
—¡Eh! ¡Felipota!
Y la voz era la de Timoleón, y la sombra se
fué acercando iluminada por un punto luminoso.
Era Timoleón, que fumaba. Felipota tuvo
miedo.
¡Ah 1—exclamó.—¿ Tuvisteis miedo de que
yo me comiese el pan?
«Comer el pan», en caló presidial, equivale a
hacer traición.
No—dijo Timoleón;—pero sucedió una cosa
con la que no contaba, y pude venir a pasear
por aquí. Y ¿qué tal, oiste chillar ?
Oí algo mejor aún: ví a esa mujer y me
habló.
Eso es imposible, porque tú no pudiste pa-
sar por el agujero.
No; pero ella se acercó, y es igual.
¡Ella!
Sí; según parece, las ratas rompieron la
cuerda con que estaba atada.
aan,
¿Y qué más hay ? —preguntó Timoleón frun-
ciendo el entrecejo. :
Me prometió mucho dinero, sl conseguía po-
nerla en libertad.
—¡Ah!
Nada menos que doscientos luises.
Timoleón cambió de actitud.
| —Me conviene—dijo; —partiremos.
—¿El qué? —preguntó asombrada Felipota.
-—Los doscientos luises, porque no me daban
más que treinta por hacerla encerrar; de mas
nera que hay setenta luises de diferencia.
Figurósele a Felipota que comprendía, y dijo:
-—Entonces, hay que ir.
¿A dónde ?