duda porque es el que con más frecuencia incurre
en falta.
En las gacetillas y sueltos de los periódicos
se encuentra a cada momento la historia de un
honrado cochero de punto que entrega una car-
tera con treinta mil francos que halló en su co-
che; pero esos mismos periódicos apenas se ocu-
pan de lo grosero que es a veces ese servidor
del público o de lo insolente y hasta brutal que
se presenta cuando se cree seguro de la impu-
nidad.
El cochero que atropella a un transeunte, arrea
a su penco hasta descoyuntarse el brazo y huye
a la carrera del sitio de la ocurrencia.
El que no está contento con la propina que le
dan, agota en honor del parroquiano todo el
vocabulario de injurias. Por eso sin duda, esa
gente, que no suéle gozar de muy buena re-
putación, tiene mucho miedo a la policía.
Así, que no opuso la menor resistencia y dejó
que ocupase el pescante.
Rocambole le diio desde luego:
No tienes necesidad de ir deprisa. Si no te
llevo a la Prefectura, es porque hay tiempo del
£
sobra para ir, y si conviene se ganará el que
se pierda.
El cochero intentó dar una prueba de audacia.
La verdad es que sois un señor muy' atre.
vido—dijo.
¿Lo crees así ?
¡Qué diantye! Ni siquiera sabéis a dónde
queréis ir.
Eso depende' de mi voluntad.
Es de suponer—replicó el cochero—que os
proponéis tomar el aire y fumar vuestro cigarro
y que por lo mismo os es igual un sitio que otro,