23
de Saint James, el Covent Gardent o el Drury
Lane.
»--Gracias, señor. Creo que sabré encontrar
mi camino.
» Y dió un paso para salir.
»En aquel mismo momento se puso en pie un
hombre que estaba sentado en el fondo de la
sala, se acercó a ella y la dijo:
»—La niebla no tiene secretos para mí, seño-
rita, y esté donde quiera vuestra casa, yo me
comprometo a acompañaros.
»La joven miró a aquel hombre.
» Existen simpatías instantáneas, atracciones de
las que no es posible darse cuenta.
»Miró la joven inglesa a aquel hombre y des-
pués se inmutó.
» Tal vez aquel hombre, que le era completa-
mente desconocido, obedeció a un sentimiento
análogo al abandonar su mesa y acercarse a
ofrecerla sus servicios.
»Era un hombre de unos treinta años, de
rostro atezado, de ojos negros, de mirada fas-
cinadora y de dientes blancos y afilados como
los de un carnívoro.
»Su estatura excedía muy poco de la mediana.
»Su traje, sumamente sencillo, era el de un pa-
trón de barco o de un timonel, reduciéndose
a un pantalón obscuro, una blusa marinera, un
chaquetón y un sombrero de hule.
»Inclinó la patricia la cabeza, bajando los
ojos ante su mirada, y balbuceó algunas pala-
bras rechazando la oferta.
»El desconocido la cogió, sin embargo, del
brazo, diciéndola con tono de súbita autoridad:
»—¡Vamos! Venid conmigo que voy a acom-
pañaros.
» Y la
hizo salir de la taberna,