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-Toma el coche que quedó a la puerta y
vete en busca del doctor P... que vive en la es-
quina de la calle de Angulema.
Rocambole desnudó al herido.
Como se sabe, era algo cirujano, y había visto,
dado y recibido tantas estocadas, que era enten-
dido en la materia.
Antes de la llegada del médico, que por otra
parte se hizo esperar bastante, examinó Rocam-
bole la herida y reconoció que no era mortal.
La punta dela espada se había deslizado sobre
una costilla, produciendo una herida muy exten-
sa, pero poco profunda, seguida naturalmente
de una hemorragia violenta. No estaba interesado
ningún órgano importante.
Pablo de Vergis esperó con mucha ansiedad
a que Rocambole diese su opinión.
El herido estaba muy tranquilo.
—0O yo me equivoco—le dijo Rocambole,—pero
mucho, o puedo aseguraros que antes de un més
estaréis en pie.
¡Gracias! —respondió Luciano, por cuyos la-
bios vagó una sonrisa de gratitud.
Poco después se presentó el médico y confir-
mó en todas sus partes el diagnóstico de Ro-
cambole. ;
Este no quiso retirarse porque, conforme di-
jimos ya, Luciano le inspiraba una viva y mis-
teriosa simpatía.
Se acomodó en un sillón para pasar el resto
de la hoche a la cabecera del herido, al que el
médico prohibió terminantemente que hablase ni
una sola palabra.
El señor de Vergis era demasiado amigo de
Luciano para entretenerse en dar al mayor Ava-
tar mayores explicaciones acerca del origen del
desafío.
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