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Los rumores que circulaban acerca del origen
de Luciano estaban por otra parte muy extendi-
dos, y el joven oficial se limitó a decir a Rocam-
bole, que su desventurado amigo estaba en vís-
peras de casarse y que no sabía cómo hacerlo
para comunicar una noticia tan mala a la futura
esposa.
El herido se había quedado aletargado después
de haber tenido algo de fiebre.
¿Sabéis dónde vive esa señorita con la que
debe casarse ? —preguntó Rocambole.
—SÍ.
—Pues bien, me lo diréis, y yo me encargo de
ir a decírselo,
Pasó el resto de la noche, hízose de día y con
las primeras claridades de éste despertóse el he-
rido.
Rocambole continuaba sentado a su cabecera,
mirándole y al parecer sumido en una muda
contemplación.
Luciano tenía, en aquellos momentos, la palidez
mate de una mujer.
—¿A quién se parece?—se preguntaba en su
fuero interno Rocambole.—Y, sin embargo, estoy
seguro de que fué ayer cuando le vi por primera
vez... pero tiene una semejanza muy notable con
alguna persona a la que conozco o he tratado
antes... hombre o mujer... es un parecido ex-
traño...
Dióle Luciano las gracias con una sonrisa por
sus solícitos cuidados.
—Pasasteis muy buena noche—le dijo Rocam-
bole,—y, os lo repito, vuestro estado no me ins-
pira ninguna grave inquietud. Puedo, por lo tan-
to, retirarme y esta noche volveré a enterarme
de cómo seguís.
Y se retiró.