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duro trance sufrido en Glascow, cuando diera a
luz.
El mayor Hof no se detuvo en el cuarto del
portero más que algunos instantes.
Tuvo, sin embargo, tiempo suficiente para ha-
cerle esta pregunta, que Rocambole oyó perfec-
tamente:
¿A qué hora suele salir la señorita María
Berthoud ?
Habéis de saber, señor, que desde que esa
señorita tiene una criada y está para casarse de
un día para otro—respondió el portero, —ya no
sale por las mañanas como en otros tiempos para
lr en busca de labor o para devolver la hecha
a la tienda.
-¡Ah! ¿Mas no va todos los días a pasearse
a las Tullerías con su padre ? —preguntó el mayor
Hof.
—Sí, señor; cuando hace buen tiempo: '
Está bien, gracias: eso para vos—dijo el
mayor, y echó un luis sobre la mesa.
El portero saludó inclinándose hasta el suelo,
Creo que no será necesario encargaros que
no digáis ni una palabra de cuanto acaba de
pasar a la señorita” Berthoud.
Hizo el portero una señal de asentimiento, y
el mayor Hof se retiró.
Pasó otra vez por delante de Rocambole, sin
verle.
Este se había enterado de las palabras que
se habían cambiado entre el mayor y el portero,
——Encontraré a la señorita Berthoud aliora
lo mismo que dentro de una hora. Lo que me
conviene en este momento es seguir al mayor.
Y en efecto, le siguió.
El mavor siguió varias calles, hasta llegar a
una en la que había una parada de coches de