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punto, en.uno de los que tomó asiento, diciendo
al cochero:
—¡Al Gran Hotel!
Esto era precisamente lo que quería saber
Rocambole.
Si el mayor, como era muy probable, no vivía
en el Gran Hotel, al menos iba a visitar allí a
alguien.
Y esta persona podía muy bien ser miss Elena.
En efecto, puesto que, según todas las apa-
riencias, Frantz había sido el cómplice de la
castellana de Rochebrune, según todas las apa-
riencias también, una vez que Frantz estaba en
París, debía hallarse también en él miss Elena.
Hacía Rocambole todas estas reflexiones e íba-
las dando solución una a una mientras se dirigía
a pie hacia la calle Neuve des Capucins que, como
se sabe, va a parar al bulevar, no muy lejos del
Gran Hotel. z
Con mucha frecuencia repetía la pregunta si-
guiente, a la que no hallaba una respuesta inme-
diata :
—¿Qué clase de relación podía haber entre el
mayor Hof y la señorita María Berthoud ?
De pronto estremecióse Rocambole, parecién-
dole que un resplandor muy vivo 1Muminaba su
esprrítu.
A creer lo que decía el manuscrito de Roberto,
miss Elena, es decir, la castellana de Rochebru-
ne, había tenido un hiio.
¿Sería el señor Luciano Haas ese hijo ?
Sintió Rocambole que por Ya frente le corrían
unas cuantas gotas de sudor frío, al pensar que
Luciano, que era tan animoso y simpático, podía
ser hijo de aquel monstruo que había asesinado
(1) Véase «La Posada Maldita».