LO al
a su padre y a su hermana, y despojado de la
fortuna a la desventurada Gipsy.
A pesar suyo no pudo por menos, allá en su
fuero interno, de hacer una comparación.
Comparó a miss Elena con el infame vizconde
Carlos de Morlux (1), y a Luciano con el va-
liente y leal Agenor gue al cabo habíase casado
con Antonieta.
Y Rocambole, que por un momento pensó en-
trar en el Gran Hotel, para seguir sin cesar al
mayor Hof y hallar a miss Elena, retrocedió, o
mejor dicho, atravesó el bulevar y se dirigió
por la calle de Sanmartín a su casa de la de
Saint Lazare.
Tomó, además, un ayuda de cámara.
Este, hombre anciano ya, era Milón, que se
había puesto una hermosa librea de paño azul
adornada con galones de oro.
Tenía todo el aspecto de un criado de buena
casa cuando se sentaba en la antecámara.
Admirábale con toda su ingenuidad el bueno
de Juanón y le chocaba, sin embargo, que su
nuevo amo le hubiese tomado a su servicio cuando
no tenía un solo caballo que cuidar.
Al oir esto, decíale Milón :
—Tienes que tener paciencia, muchacho, por-
que el señor montará su tren el día menos pen-
sado. *
Al entrar en su casa encontró Rocambole a
Milón, que le estaba aguardando.
Milón le dijo:
-Vanda ha estado aquí.
¡Ah! ¿Cuándo ?-—preguntó Rocambole.
—Hace diez minutos y hoy ya no volverá;
pero cree que podrá escaparse después de las
doce de la noche, porque “a esas horas no estará
en su casa sir Jacobo Nively, al que van a pre-