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alguna edad, y además de esto, con mucha fre-
cuencia había empleado a su servicio al Pas-
telero.
Este, sin embargo, no le reconoció.
Soy Timoleón—le dijo.
¡Imposible! -—exclamó el exjefe de los aso-
ladores.
Sonrióse Timoleón tristemente.
Sí, es cierto, estoy un poco cambiado. ¿Qué
me quieres ? —preguntó.
Estoy arruinado, hundido para siempre—gl-
mió el Pastelero,—y lo que me pasa a mí no le
sucede a nadie; ¿queréis que echemos unas co-
pas, patrón? IEntremos ahí en esa taberna, y
os contaré todo lo que hay.
Siguió Timoleón al Pastelero, y éste le contó
toda la historia de la deserción completa de la
banda de asoladores, que se había pasado a las
órdenes de Rocambole.
Al terminar el Pastelero su relato, le dijo Ti-
moleón :
De modo que odias mucho a Rocambole.
¡Que si le odio!
Y si alguna vez pudiese yo ayudarte para que
te vengases...
-¡Ah! ¿Lo baríais ?
Tal vez. Dime dónde podré encontrarte.
Mi refugio está en las Canteras de América.
Está bien; cualquier día iré a buscarte.
Y dicho esto se separaron.
Dos días después, había conseguido Timoleón
encontrar las huellas de Rocambole, y averiguar
que éste se hallaba en Londres.
Aquella misma noche marchó a Inglaterra,
empleando en el viaje sus últimos recursos.
A los dos días se hallaba de regreso en París,
y se iba en busca del Pastelero.