Full text: Los millones de la gitana (4)

Se puso apresuradamente una bata, y sin en- 
tretenerse á encender una luz, salió á la antecá- 
mara. 
Abrió la puerta, y, á pesar de que la obscuri- 
dad no le permitía ver á la persona, fuese hom- 
bre ó mujer, que llamaba, exclamó: 
—¡Madre mía! 
—Sí, yo soy, hijo mío—respondió la voz con- 
movida de miss Elena. 
Entró ésta, y Luciano la estrechó entre sus bra- 
zos, diciéndola: 
—¡Venid! ¡Venid conmigo, que os estaba espe- 
rando! 
—¿Que me esperabas?—le preguntó sorprendida 
miss Elena. 
—Sí, cuando se abrió la puerta de abajo, sentí 
una cosa inexplicable, y, me dije: ¡ahí está mi ma- 
dre! 
Y la llevó más bien que guió á su cuarto, 
En la chimenea de éste se consumían los restos 
del fuego proyectando alguna claridad en la ha- 
bitación, de tal manera, que á Luciano ni siquie- 
ra se le ocurrió encender las luces. 
Sentóse miss Elena como rendida por el can- 
sancio Ó la emoción, y dijo: 
—Luciano, hija mío, venga á despedirme de ti, 
—¡Madre mía! 
—Sí, hijo mío, vengo á decirte adiós — repitió 
miss Elena. 
Trastornado, arrodillóse Luciano á sus pies, 
—Pero, ¿4 dónde vais, madre mía? 
-—Emprendo un viaje, hijo mío. 
—¡Oh! ¡Eso es imposible! 
—No lo es, y no volveremos á vernos más. 
Dió un grito, la cogió las manos, y las estre- 
chó convulsivamente entre las suyas. 
—¿ Quereis que muera? 
=—No, no; quiero que seas feliz,
	        
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