III IA
la que convirtió en una sonámbula de una luej-
dez extraordinaria.
Y tomando la actitud de un magnetizador, em-
Pezó á cargar de fluido la frente del aletargado
mayor.
Agitóse Frantz al sentir aquellos misteriosos
efluvios, lo mismo que un caballo indomable tra-
ta de resistir al jinete,
. El fluido dominador triunfó y le redujo 4 la
impotencia.
Rocambole le puso una mano en la frente y:
le dijo:
—¡Ved!
Hizo el magnetizado unos cuantos movimientos
bruscos y desordenados lo mismo que si le cos-
tase trabajo obedecer, y luego murmuró:
—¡Los veo! ¡Sí, los estoy, viendo á los dos!
—¿A quién ?—preguntó Rocambole,
—A miss Elena.
—Está bien; ¿y á quién más?
—A Ali Remjeh.
Estremecióse Rocambole y el magnetizado con-
tinuó:
—Se han marchado, de París.
—¿ Cuándo ?
—Esta noche,
—¿A dónde van?
—Hacia el mar.
—¿ Veis algún buque?—preguntó Kocambole,
—Si,
—¿Cómo es?
—Es un brick.
Ti Tiene las velas teñidas de rojo?
—SÍ... eso mismo... ¡Ah!... esperad.
el magnetizado pareció hacer un esfuerzo su-
Ppremo para ver á través de los espacios.
—¿Qué es lo que veis?—siguió interrogando Ro-
tambole,
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