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Hof quitando sus ligaduras á sir Jacobo, aña-
diendo:
—No podemos perder tiempo.
—¿Para salir de aquí?
—Sí; ante todo para salir de aquí, y después
para marcharnos en seguida de París. Si queréis
que Os ponga en libertad, tenéis que hacerme an-
tes un juramento,
—¿Cuál es?
—El de obedecerme ciegamente durante cuaren-
ta y ocho horas, por muy extrañas que puedan
pareceros mis órdenes.
—Os obedeceré — respondió sir Jacobo Nively,
que tenía ansia de libertad.
—Entonces seguidme.
Y Frantz obligó á sir Jacobo Nively á seguirle
y cogió el candelero que dejara Milón,
Subieron al vestíbulo.
En el hotelito reinaba un profundo silencio y,
sus habitaciones parecían desiertas.
Delante de la verja estaba pasando un carruaje,
cuya portezuela abrió Frantz, diciendo á sir Ja-
cobo:
—Subid,
--¿A dónde vamos?—preguntó el barón.
—A la estación del Oeste para tomar el tren
de las doce de la noche-que llega al Havre á: las
seis de la mañana.
—¡Ah! ¿Vamos al Havre?
—Sí, á embarcarnos para Inglaterra.
—¡Y, sin embargo, yo habría querido vengar-
me!—exclamó sir Jacobo con un destello de odio
en la mirada.
—¿De quién?
—De Rocambole.
—La venganza está al otro lado del estrecho =
respondió Frantz,
A a