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—¿Están todos nuestros hombres á bordo?
—SÍ.
—¿No los han reconocido?
—A ninguno de ellos. Miss Elena pasó tres ve-
ces por delante de Frantz que estaba fumando
en la toldilla, y, ni siquiera la miró.
—¿ Y Milón?
—Se hizo una cabeza bronceada admirable, y,
además se tiñó el pelo de negro.
—(¿ Y respondes del resto de la tripulación?
—Como de mí mismo.
—Eres un muchacho inteligente, Noel—dijo el
de los aretes,
—No se pasan diez años en Tolón sin hacerse
uno un paco marino—respondió el segundo del
brick indio.
—¿Nos marcharemos mañana?
—El mar está muy malo, pero es igual, eso es
lo que creo.
—Y después de todo, la tempestad ya me cono-
ce—dijo el de los aretes de oro, que no era ni
más ni menos que Rocambole.
Noel, que este era el segundo del brick indio,
sonrió respondiendo:
—Cuando pienso que Ali Remjeh no espera más
que una cosa para largarse..
—i Y es? :
—Un piloto.
—Pues bien, mañana lo tendrá.
Y Rocambole se sentó á la mesa.
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