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que dirigía la maniobra, y el que esto hacía era
el marino que llevaba aretes de oro y que la yís-
pera había trabado amistad con el contramaestre
Mahorec en la taberna de la Joven Salvaje.
Mandaba la maniobra con una voz llena y, so-
nora, y en inglés, y aquella voz llegó hasta el mue-
lle, que empezó.á llenarse de curiosos, que iban
á ver cómo se hacía á la mar un buque con se-
mejante tiempo, y arriesgándolo todo, porque la
tempestad no había amainado aún.
Entre los curiosos, y con un largo anteojo en
la mano, se hallaba el contramaestre Mahorec.
—¡Truenos y rayos!—exclamó de pronto.—¡ Esta
sí que es buena!
—¿El qué? ¿Qué pasa?
—Que es el individuo que ayer se entretuvo en
hacerme hablar el que sirve de piloto.
El brick pasó á través de los buques anclados
en el puerto y pronto estuvo fuera de los mue-
les.
Se le vió entonces en la rada ceñir el viento, y,
lanzarse á alta mar, medio tumbado bajo el em-
bate del viento, sobre uxa ola coronada de es-
puma.
Tranquilo, impasible, y dominando la tormenta,
ordenaba el piloto la maniobra, y aquel piloto,
conforme dijera Noel á Milón, era Rocambole.