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es mucho menor del que te figuras. ¿Cuántos te-
nías á tus órdenes?
—Doce—dijo Ali Remjeh.
—Pues ya no quedan más que cuatró
—¡Miserables! ¿Arrojasteis á los demás al mar?
—aulló Ali Remjeh.
—No, los hemos llevado á un buque inglés.
Inmutóse el indio.
—Están en Inglaterra—siguió diciendo Frantz.
—Sí, y allí vamos nosotros también, porque me
prometieron el indulto en cambio de mis revela-
ciones.
De los contraídos labios de Ali Remjeh! escapó
un rugido de furor.
—¡Ten cuidado con lo que haces! Tengo ciertas
órdenes respecto á ti—dijo Frantz.
—i Y cómo se llama ese miserable á quien tú
obedeces?—exclamó Ali Remjeh.
—El mismo te lo dirá.
Y en el mismo momento en que Frantz pronun-
ciaba estas últimas palabras, se presentó en la
cala un nuevo personaje, en el que Ali Remjeh
reconoció al piloto.
Este había entregado! 4 Noel el mando del buque.
—Quieres saber quién soy, y voy á decírtelo, Ali
Remjeh — dijo. — Para miss Elena soy el mayor
Avatar, y para ti me llamaré Rocambole.
Al mizmo tiempo hizo una señal á Milón, que
dejó de apoyar la rodilla sobre el pecho del indio.
—Levántate, Ali Remjeh—le dijo.
Al indio le habían quitado el revólver, pero con-
Servaba aún el puñal, y empuñándolo se preparó
para oponer una resistencia desesperada á aque-
llos tres hombres.
Encogióse de hombros Rocambole, y sonriendo
exclamó:
—¡Ten cuidado! Vas á jugarte la vida de tu hijo.
dijo esto con un acento tal de resolución,