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te largo rato la siguió con la mirada, y cuando
ya no la vió más que como un punto negro en
el horizonte, se volvió hacia Noel, diciéndole:
—¡Ahora á la India!
Y subió al banco de cuarto, llevando la bocina
en la mano,
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Llegó la primavera, los árboles se cubrieron de
retoños, y las ladefas que bordean el Sena, reco-
braron su manto de verdor.
No lejos de Sevres, muy cerca de Bellevue, en
el Bas Meudon, había una villa blanca y coquetona
que se ocultaba entre unos bosquecillos de fron-
dosos árboles de castaños.
El jardín resultaba muy umbroso, y los pája-
ros eran los únicos que alegraban con sus trinos
aquella soledad.
Y sin embargo, la casa no estaba deshabitada.
Bajo una especie de cenador formado por lilas
y madreselvas, habríase podido ver á una joven
que estaba sentada, con los ojos medio cerrados