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»Es joven y su corazón herido se cicatrizará con
el tiempo,
»Es rico y le amarán.
»Este es el voto y, el deseo de la pobre muerta,
y un presentimiento que tengo, me dice que ese
deseo se realizará algún día.
» Adiós, señora! ¡Perdonadme y rogad á Dios
que me perdone!
»Gipsy.»
La carta se le escapó á Vanda de las manos.
En pie, y sin aliento para hablar, contempló la
fiel compañera de Rocambole, á aquella desdicha-
da, dormida en brazos de la muerte, lo mismo que
una niña en su cuna.
—¡Pobre niña!—murmuró al cabo,
—¡Bien sabía yo que no estaba curada!—excla-
mó Milón en un arranque de dolor.
—¡Tal vez!..—murmuró Vanda.
Y mientras tanto que ambos se hallaban allí con-
templanda el cadáver, oyóse el galope del caba-
llo qe montaba el Mufñieco, que volvía,
Milón salió precipitadamente del cuarto.
Y en el momento en que el Muñeco subía la
escalera, le salió al encuentro, impidiéndole el pa-
so y diciéndole:
—¡No entréis!
Hay momentos en la vida en que parece que
el espíritu está dotado de adivinación.
Y el Muñeco, al que le sucedió esto, exclamó:
—¡ Gipsy, ha muerto!
Y empujó á Milón, echándole á un lado, y en-
tró en la habitación.
Vanda estaba arrodillada al lado de la muerta,
El Muñeco no derramó ni una lágrima ni dió
un grito.
Existen desesperaciones sin límites para las cua-