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Que Marión tiene inteligencias en la plaza,
—¡Bah!
—Sobornó al único criado que duerme en la casa,
porque todas las tardes se retiran los jardineros,
—¿ Y ese criado ?
—Le vendió por unos cuantos centenares de lui-
ses una llave de la puerta del jardín, y otra de la
del vestíbulo.
Lo demás corre de su cuenta; porque el criado
pretende que la Hermosa Jardinera, que duerme
en el primer piso, y en una habitación en cuyas
ventanas vése brillar luz toda la noche, no permi-
te que nadie entre allí.
—¿Y qué es lo que piensa hacer Marión?
—Nos invitó á cuatro de nosotros, al barón de
Hof, á Alfredo Milleroy, á-Carlos Hunot, y á mí.
—¿Para qué?
—Para que le acompañemos esta noche á Belle-
vue, estar al acecho alrededor de la casa, y en
caso necesario, asistir á su triunfo.
—Olvidáis, querido amigo, una cosa, —dijo el se-
ñor de Montgeron,—y es que en todas partes, in-
cluso en Bellevue, hay comisarios de policía,
—Eso es cuenta suya, no huestra, porque nos-
otros no hemos de entrar, Si la Hermosa Jardinera
se deja raptar, mejor para él; pero si ella pide
socorro, nosotros nos marchamos...
* —¡Palabra de honor que me gustaría ser de la
expedición !—exclamó Montgeron.
—¡ Bravo, Montgeron, os llevo conmigo !—dijo una
voz desde el umbral de la puerta.
Volvieron todos la cabeza.
Gustavo Marión, el miembro del club del que
hablara poco antes el señor de Montgeron, entró
en la sala de juego.
—De modo que no es una broma, —dijo el joven
al que Antes llamaran Casimiro.
—La cosa no puede ser más seria, —respondió
a