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—Creo que nuestros amigos han vuelto con las
manos vacías.
—¿ Cómo?
—Nunca tuve gran fe en la audacia de Marión,
oid, lo que en mi concepto ha debido pasar. La
Hermosa Jardinera tenía un marido...
—O un amante...
—Sea marido ó amante, alguien, en fin, que echó
Marión por la ventana.
—Es muy posible, —dijeron todos.
—Un enamorado galán al que arrojan por la ven-
tana, no se mata, —prosiguió el narrador, —porque
hay un Dios para los enamorados lo mismo que
para los borrachos, pero recibe una contusión, se
salta 6 hincha 'un ojo, ó se rompe alguna cosa.
»Esto mismo es lo que ha debido suceder á Ma-
rión, y con seguridad que lo llevaron: á algún fon-
ducho de los alrededores.
—Pero ¿y los otros?
—Esperad. Bellevue es un pueblo de hortelanos,
jardineros y lavanderos, en el que miran con ma-
los ojos lal parisiense y habrán maltratado á nues-
tros amigos; y éstos, avergonzados con su desven-
tura, no se atreverán á presentarse ante nosotros,
—Estás muy equivocado, querido, —dijo una voz
desde el uwmbral de la sala de juego.
Todos los que se hallaban en ésta, volvieron la
cabeza.
—¡Montgeron ! —exclamaron.
—No me han roto nada, señores, ni 4 mis com-
pañeros tampoco, y las gentes de Bellevue no son
tan malas como creéis, —dijo el vizconde.
—/ Y Marión?
—Marión está loco,
—¿De amor?
—No, loco; perdió por completo la razón.
Y el vizconde de Montgeron pronunció estas pa:
ae