en la calle tlel Temple, sesenta y nueve, —dijo Gros-
jean, y suspirando añadió:—Yo creí que los seño-
res eran unos parroquianos.
Cogióle Lepervier del brazo y, se lo llevó á un
lado diciéndole:
—A lo que veo es preciso que os haga saber quién,
soy.
Grosjean le miró con asombro.
—Me llamo Lepervier y soy jefe de sección en
la brigada de Seguridad.
Estremecióse Grosjean, pero con asombro tan in-
genuo, que Lepervier se admiró al ver que le mi-
raba como diciendo:
—¿Y qué tengo yo que ver con la policía?
—Si, como supongo, sois un honrado comercian-
to,—siguió diciendo Lepervier,—y completamente
extraño á los hechos que motivan mi presencia
aquí, sentiría en el alma causaros la menor moles-
tia, —el asombro de Grosjean, se trocó en estupor, —
mas es preciso que cumpla con, mi deber, pues ten-
go orden, de registrar 'aquí.
—¡Aquí! ¡En mi casa!
—0O más bien en casa de la señora Leveque á la
que creí hallar aquí, por lo tanto, —concluyó Le-
pervier con 'uun tono franco, —no demos escándalo
y recibidme en vuestra casa, en compañía de estos
señores como si fuesen unos amigos, y procederé
al registro,
Polidoro Grosjean no podía dominar su turba-
ción; estaba muy encarnado y algunas gotas de
sudor humedecían su frente cuando al fin pudo
murmurar muy emocionado:
—Durante treinta años estuve establecido como
horticultor de Saint Mande... Me conoce todo el
mundo y ¡jamás inspiré sospechas... soy un hombre
honrado y creed...
— Creo, — interrumpió cortesmente Lepervier, —
elo