también lleno (le clavos, prueba de que la tapicería
había cubierto la pared de arriba abajo. Aproxi-
móse después á la ventana y miró hacia abajo.
La ventana del cuarto bajo colocada verticalmente
debajo de la en que él se hallaba, estaba abierta,
—Si no recuerdo mal,—añadió, encarándose con
Montgeron,—el suelo cedió bajo vuestros pies y,
fuisteis á parar al piso interior.
—Así es, —dijo Montgeron y Lepervier se bajó y,
examinó con mucha atención el suelo, creyendo que
encontraría alguna rendija, una solución de coñ-
tinuidad cualquiera que sirviese para indicarle en
dónde estaba aquel misterioso escotillón que ce-
diera bajo el peso de Montgeron y de su amigo,
mas el pavimento no presentaba señal alguna de
este género, sino una superficie perfectamente ho-
mogénea.
—Bajemos, —dijo Lepervier,—y antes de buscar
el cadáver, es preciso que nos demos cuenta de lal
caída que os figuráis haber sufrido.
La habitación en que Montgeron, había visto
el cadáver, era una sala espaciosa que recibía lu-
ces por cuatro ventanas de las que dos daban á
la fachada superior del pabellón y las otras dos
á la fachada opuesta. Antes de abandonarla la
recorrió midiendo los pasos, y hecho esto descen-
dió al piso bajo siguiéndole todos. La habitación
que correspondía á la del principal mo tenía más
que dos ventanas que daban á la fachada principal.
Polidoro Grosjean, al que, al parecer, interesa-
ban mucho aquellas pesquisas, no se separó ni un
solo momento de Lepervier. Este volvió otra vez
al vestíbulo y adquirió la convicción, en cuanto
abrió una puerta, de que la habitación en que es-
taban, había sido dividida en dos; pero Montgeron
no reconoció ni la primera ni la segunda, ni en
el techo se observaba la menor huella de la bás-