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E Y
trance marcharse á la calle, y la joven pasaba gran-
des trabajos para contenerle.
—Supongo que te echarás las pistolas al bolsi-
llo—dijo Milón al Muñeco.
—Las pistolas meten mucho ruido—respondió el
joven,—pero, en fin, como no se sabe lo que pue-
de suceder...
Y se guardó un revólver en el bolsillo del pan-
talón.
Con el reyólver, cogió un puñal.
=Eso vale más.
—Casi tengo ganas de cambiar el mío por el
mazo que tiene el Muerte de los Valientes—dijo
Milón.
—No; es inútil. No conviene que verdamos tiem-
po, ¡en marcha!
“Y á dónde vamos?
“En busca de Timoleón—contestó el Muñeco.
¿No valdría más que fuésemos en busca de
Rocambole?—indicó Milón.
—No.
—¿ Por qué?
—Una de dos—dijo el Muñeco: —ó el jefe no
corre ningún peligro y vale más apoderarse de
Timoleón, que estorbarle á él en sus planes, ó
al jefe le amenaza ese peligro que tú temes, y
entonces es Timoleón el autor de todo lo que pasa.
—Es verdad—dijo Milón.
—Por consiguiente, apoderándonos de “Pimo-
león, salvaremos 4 Rocambole.
—Tus palabras son de oro, Muñeco. ¡Vámonos!
La hermosa Marta les estaba aguardando en el
umbral de la puerta de la calle.
—¿Suelto al perro?
—¿ Quién lo duda?—contestó el Muñeco.—Pero
¿podremos seguirle?
E .uando vaya muy de prisa, le llamaré—dijo
arta,