Full text: Los millones de la gitana (4)

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Empezó entonces, en el centro mismo de Pa- 
rís, una de esas cazas extrañas, maravillosas, que 
se habría dicho estaba sacada del relato de algún 
trampero ó peón del Nuevo Mundo. 
Se sabe de qué modo los guardabosques y los 
monteros, practican en el bosque durante la no- 
che esa operación que le llaman hacer el ojeo. 
Algunas veces está solo el montero, y otras, le 
acompaña algún mozo de la perrera. 
La noche está silenciosa, y no es ni luminosa, 
ni obscura, y el viento ha cesado. El bosque duer- 
me con sus distintos huéspedes; el pájaro en la 
rama, con la cabeza bajo el ala, y el corzo en su 
cubil. 
A diez pasos de los nocturnos ojeadores, abre 
la marcha un perro, un sabueso, que husmea con 
mucha paciencia, deteniéndose algunas veces dan- 
do un ahogado ladrido, y continuando después. 
Si la detención dura mucho tiempo, si el pe- 
rro tiene la nariz muy pegada al suelo y á la hue- 
lla descubierta de venado ó jabalí, se acercan los 
piqueros ó monteros rompiendo una rama de ár- 
bol para marcar el sitio, 
El sabueso, continúa: luego buscando. 
La caza que Milón, el Muñeco y la hermosa Mar- 
ta iban persiguiendo, se parecía mucho á uno de 
esos ojeos. 
El perro iba delante, con la nariz al viento, 
y galopando. 
De vez en cuando daba un ladrido ahogado, lo 
que indicaba á los tres cazadores, que seguía el 
buen camino. 
Timoleón había ido á pie hasta el boulevar, y 
en el arrabal .de Saint-Martín, tomó un carruaje, 
Precisamente, allí se borraba la huella. 
Al llegar el perro ála acera de la izquierda, 
saltó hacia adelante, se detuvo, retrocedió luego, 
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