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—¡ Busca! —díjole Marta.—;¡Busca!
Y le hizo oler repetidas veces la hopalanda de
Timoleón.
Arrimó el perro la nariz al suelo, husmeó por
allí, y de pronto lanzó un ladrido.
—¡Adelante!—dijo el Muñeco.
—Aquí ya hemos estado nosotros—observó Mi-
lón que se inclinó para examinar el suelo.
—¿ Cuándo ?
—La noche pasada
Y al mismo tiempo encendió Milón un fósforo
frotándolo en el pantalón y se bajó para exami-
nar los carriles que habían hecho las ruedas del
carruaje.
- De pronto el Muñeco exclamó:
—Aquí han estado dos coches.
—El nuestro de ayer—dijo Milón
—No, dos de esta noche.
—¿ Cómo ?
—Sí, el de Timoleón y el de Rocambole,
Y el Muñeco siguió al perro que retrocedió,
—¡Busca aquí! ¡Busca!
El inteligente animal se puso á leer y husmear
una de las huellas y no ladró; pero al llegar á
la segunda, aulló con rabia.
—Esta es la del coche de Timoleón—dijo el Mu-
Ñeco,
—¡Está bien!—dijo Milón, que, á la verdad, no
comprendía aún:
—Y pasó antes que el otro, y prueba de ello
que el segundo dió la vuelta encima de las hue-
llas anteriores y borró á medias la señal de las
ruedas.
—Bien, ¿y qué prueba todo eso?—preguntó Mi-
lón.
—Eso prueba: ó bien que Rocambole perseguía
á Timoleón ó que éste tendió un lazo á Rocam-
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