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Quería morir, pero salvando antes á Vanda.
—¡ Timoleón !—gritó.
—¿Qué me quieres? — preguntó el herido vol-
viendo la cabeza.
—Comprendo que quieras mi muerte y no te
pido gracia para mí—dijo Rocambole con voz su-
plicante;—pero ¿permitirás que perezca una mu-
jer?
Timoleón no respondió.
—Escúchame—continuó Rocambole, que seguía
con ansiosa mirada los progresos que hacía el
fuego en la mecha y que la veía consumirse len-
tamente,—si arrancas esa mecha, te juro que me
clavaré el puñal hasta el mango en la garganta.
Echóse á reir Timoleón.
—Eres hombre de mucha suerte y te salvarás
—respondió.
—Esperarás á que haya exhalado el último sus-
piro para abrir la puerta—suplicó otra vez KRo-
cambole.
Vanda se arrojó á su cuello.
—¡No! ¡No! ¡Quiero morir contigo!
Rocambole prosiguió:
—Comprendo que me odies, mas ¿serás capaz
de manchar tus manos con la sangre de una mu-
jer?
—¿Por ventura tuviste compasión de mi hija?
—dijo Timoleón.
Inclinó Rocambole la cabeza.
La mecha íbase consumiendo con aterradora ra-
pidez.
Rocambole empuñó el puñal y dijo:
—Voy á matarme y cuando esté muerto tendrás
compasión de ella.
Vanda le arrancó el puñal de las manos y lo
arrojó por el improvisado ventanillo al otro lado
de la puerta, repitiendo con entusiasmo:
—¡Quiero morir contigo! ¡Moriremos juntos!
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