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Stowe y en virtud de vuestros poderes, destituís-
teis 4 éste, y ocupasteis su lugar.
—Es cierto.
—Sir Jorge Stowe se marchó de Londres, y no
supisteis nada, ó mejor dicho, fuisteis menos in-
teligente que él, puesto que OS metísteis de ca-
beza en una grosera celada.
No respondió ni una palabra sir Nively.
—Creisteis que era una verdad lo del odio que
me profesaba Vanda, y os enamorasteis locamen-
te. Os vinisteis tras ella 4 París, y aquí empie-
zan vuestras desventuras.
—Pasadlas por alto—dijo secamente el barón,
—Dispensadme, es preciso que continúe para ha-
ceros comprender adónde quiero ir á parar.
«En París, la casualidad os proporcionó un au-
xiliar, y ya sabéis la suerte que tuvo. Véase aquí,
pues, solo, como antes, esperando á vuestros €s-
tranguladores que no vienen, y por consiguiente,
corriendo el riesgo de ser mi prisionero hasta el
fin de vuestros días, 4 menos que no me pase por
la cabeza la idea de haceros desaparecer...
—¿Qué más?—interrumpió sir Nively.
—Ahora que os demostré vuestra impotencia...
Sir Jacobo no pestañeó.
—Dejadme que os imponga mis condiciones—
prosiguió Rocambole.—Sir Jorge Stowe era un fa-
nático, que creía que el alma de su padre se ha-
bía encarnado en el cuerpo de un pececillo rojo
del Ganges, y servía á vuestra pretendida diosa
Kali sólo por el placer de servirla; vos, por el
contrario, sois, sir Jacobo, un espíritu fuerte, un
escéptico en el que las miras políticas dominan
al instinto religioso. No quisísteis estrangular y,
quemar viva á la gitana Gipsy porque faltó al
voto de castidad, sino porque tenía derecho á una
fortuna inmensa,
ca