»—Sí, por cierto,
»—Pues es Kugli.
»—¿ Ese negro? »
»—El mismo. Con que ya ves como Tippo Ku-
no tiene servidores adictos.
»—Pero aunque esté en el harém del rajah, esa
no es una razón para que pueda apoderarse de
la esposa del señor—observó el negro.
»—El solo no, porque los eunucos pueden fran-
quear las puertas del harém, pero no las de la
ciudadela. Una mujer no puede salir de esta con
un hombre que no diga que es su esposa.
»—¿Y qué?
»—Que la noche próxima saldrá Kugli del ha-
rém con la esposa del rajah,
»—Está bien.
»—Y nos la entregará,
»—¿A nosotros?
»—A nosotros dos, que nos encargaremos de ha-
cerla salir de la fortaleza, y si lo conseguimos,
Tippo Runo nos colmará de riquezas,
»—¿Y si nos sorprenden? ¡
»—El rajah mandará que nos corten la cabe-
Za, pero no importa, porque así iremos derechos
al paraíso de Vichnu.
»Podas estas explicaciones no eran suficientes,
sin embargo, para el negro.
»—Dime—dijo éste,—¿y esa joven consentirá en
seguir al eunuco?
»—SÍ. ás
»—¿Por qué razón?
»—Porque cuando su padre 1a vendió en diez
mil bolsas al rajah, estaba enamorada.
»—¡Ah!
»—Sí, tenía relaciones con un indio de Bena-
rés, joven y apuesto, y se habían jurado fideli-
dad, Tippo Runo está enterado de todo esto, y