arena muy fina, y sobre ésta, en distintos sitios,
se veía alguna que otra mancha de sangre.
Pero el que derramaba ésta, fuese hombre 6
mujer, llevaba delantera, porque, tan lejos como
la mirada podía alcanzar, y mientras que ardía
la vela, no se veía más que la galería subterránea
vacia,
—No me quedan más que tres velillas—dijo á
su compañero,
—Pues es preciso economizarlas—contestó éste,
Y desde entonces, continuaron á obscuras su ca-
mino.
El Muñeco, que tenía menos estatura que el co-
chero, podía seguir andando sin encorvarse.
En cambio el cochero que tenía casi la esta-
tura de Milon, se veía obligado á encorvarse mu-
cho, lo que retrasaba la marcha.
De pronto, este último, dió un grito.
Uno de esos gritos de espanto y de terror, que
son intraducibles.
Volvióse el Muñeco con mucha viveza,
—¿Qué es lo que hay ?—exclamó.
No respondió el cochero.
—¿En donde estás? ¿Qué te ha sucedido ?—re-
pitió.
El mismo silencio.
Frotó el Muñeco una velilla sobre la lija de la
saja, y se hizo la llama.
El cochero había desaparecido.
En el inomento en que este último iba á ade-
lantarse para dar un paso, abrióse inesperadamen-
te una compuerta, que estaba cubierta de arena
fina, y cedió bajo su peso haciéndole lanzar el
grito que oyera el Muñeco en el momento en que
el fiel criado, “al faltarle el suelo, se precipitó ú
algún tenebroso abismo.
La compuerta, que tenía un macanismo seme-