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»—¿No quieres decir dónde vive la persona á
quien tu amo ha de mostrar el anillo?
»—No lo sé ni lo diré nunca.
»—Está bien, que se haga entonces lo que he
ordenado—dijo el viejo, y apoyando la rodilla con-
tra el pecho de Mussami le apretó fuertemente
el cuello con sus crispadas manos obligándole con
tan fuerte presión á abrir desmesuradamente la
boca y, aprovechando el momento, el indio joven
metió con rapidez la mano en su boca y Sacán-
dole la lengua, se la cortó.
»A partir de este momento, Mussami no se dió
cuenta de nada: el dolor y la hemorragia le ha-
bían desvanecido.
»Al oir mi voz, el pobre Mussami salió de aquel
abatimiento físico y moral y para curarle la he-
rida hice vendajes con las sábanas de la cama.
»Después me dijo que era necesario salvar al
hijo del rajah y su fortuna.
»Y dejando á Mussami, al que le era comple-
tamente imposible seguirme, salí fuera de la ha-
bitación con el decidido propósito de ir á casa
del viejo Hassan para advertirle que debía des-
confiar de quien fuese á mostrarle el anillo; pero
en el preciso momento en que iba á franquear
la puerta, dos agentes de policía imglesa me de-
tuvieron,