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»Viajamos todo el día; á la caída de la tarde
el palanquín se paró.
»Entonces el agente de Iippo Kuno separó de
Duevo las cortinas del palanquín.
»Nos encontrábamos en medio de una vasta 1la-
Dura desierta, en la ladera de la pradera.
»Los negros que iban montados en caballos se
apearon, y mi compañero me hizo bajar del pa-
lanquín, y continuando con su risa burlona me
dijo:
»—lenaréis necesidad de estirar las piernas; ya
tstamos en el límite de la pradera virgen.
»Y nos sería imposible atravesarla en el palan-
quín.
»Seguidme—me dijo en tono imperativo.
»Como llevaba las manos atadas y mi guía lle-
Vaba siempre el revólver en la mano, toda resis-
tencia hubiera sido inútil; era exponerme á la
Muerte y á una muerte inútil para aquél á quien
yO quería servir. Ásí es que seguí á aquel hom-
bre sin resistirme.
_»Los dos negros, después de haber atado á un
árbol los caballos, marchaban á nuestra espalda.
»Nos internamos en la pradera, por donde an-
duvimos próximamente una hora.
»El día declinaba ya y la noche estaba muy pró-
Xima, cuaudo llegamos á un espacio libre en me-
dio del cual había un árbol gigantesco cuyas ra-
mas llegaban al suelo,
»Comprendí entonces la suerte que me esperaba;
aquel árbol era el manzanillo, cuya sombra da
la muerte al que confiadamente descansa bajo ella,
Y el que pasa una noche baio sus ramas, es para
Bo despertar jamás.
»El hombre que servía á Tippo Runo me dijo
Con siniestra risa:
»—Al fin hemos Legado,
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