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otra, alargó el Muñeco el brazo, apuntó fríamen-
te y oprimió el gatillo.
La velilla se apagó.
—¡Ya no te quedan más que dos balas!-—gritó
la voz burlona.
Disparó otra vez el Muñeco.
Y se oyó otra vez la misma estridente carca-
jada.
—¡Va la última!—gritó la voz
—¡La últimal—repitió el Muñeco Haciendo el
sexto disparo.
Iluminóse con una gran claridad el subterrá-
neo, y en medio de ella, y siempre erguida y bur-
lona, apareciósele al Muñeco la Hermosa Jardi-
nera, lo mismo que un sér invulnerable.
YI
El Muñeco experimentó al verla un acceso de
rabia.
Tenía el revólver descargado; pero llevaba en-
cima un puñal, y empuñándolo, se arrojó sobre
la Hermosa Jardinera, decidido á terminar de una
vez.
No se movió su enemiga y le esperó á pie firme.
En el momento en que le vió acercarse con el
puñal levantado, se echó á reir, y cruzó los bra-
zos sobre el pecho.
Hirió el Muñeco y el puñal tropezó con un cuer-
po duro y metálico, que hizo que se quebrase en
dos pedazos,